La industria, en el centro del desarrollo (2024)

La industria, en el centro del desarrollo (1)

Poner en duda la importancia del sector industrial es ocioso, y va a contrapelo de la evidencia internacional: todas las naciones desarrolladas del mundo se llaman a sí mismas (y son) países industriales. En tanto que generadora de tecnología y empleo formal calificado, la industria es la plataforma para un crecimiento sostenible en el tiempo.

Los datos hablan por sí solos. En Argentina el sector industrial explica uno de cada cinco puestos de trabajo formal en el sector privado formal. Los trabajadores del sector ganan en promedio en Argentina 32% más que el resto de los asalariados. La industria no sólo es el sector que más trabajo genera de manera directa, sino que por cada puesto directo se crean más de dos indirectos en el resto de la economía.

En los países desarrollados, la industria también es el corazón del empleo, ya no estrictamente por el empleo directo si no por todo lo genera en el resto de los sectores. En las últimas décadas se generó un proceso por el cual muchas de las tareas que antes se realizaban dentro de las industrias ahora se contratan a otras empresas (desde la liquidación de sueldos hasta la investigación, el diseño industrial y el desarrollo de productos). Esto hace que más sectores de servicios estén intrínsecamente ligados al desarrollo de la industria (en las cuentas nacionales existen muchas actividades que antes se encontraban en la actividad industrial y ahora se registran en otros sectores).

Existen múltiples estadísticas sobre el peso de la industria en una economía, pero los cálculos del Banco Mundial son los más apropiados para realizar comparaciones entre países. El organismo contempla cuánto produce la industria manufacturera en dólares corrientes en relación al valor agregado que se genera en esa economía durante ese mismo periodo. De esta manera y según esta medición, la participación de la industria en la economía argentina era del 17,4% en 2014, en Italia del 15,5%, en Estados Unidos del 12,3%, en Japón del 17,7%, Alemania del 23% y en Corea del Sur del 30,1%. Esto muestra que incluso en término directos la industria sigue siendo sumamente relevante.

Si bien la participación de la industria en la economía de países desarrollados tiende a caer, los datos muestran que la producción industrial per cápita en los países avanzados siempre aumentó en las últimas décadas (no existe ninguna destrucción absoluta de industria, en todo caso crece por debajo de otros sectores dado los efectos multiplicadores que genera). Además, las multinacionales siguen siendo de estas mismas naciones. Casi el 31% de las 2.000 empresas industriales más grandes son estadounidenses, el 10% son japonesas, el 9,5% chinas, y el 5,2% británicas. Cualquier país que busque desarrollarse, va a priorizar políticas que potencien la producción local para que las firmas nacionales puedan internacionalizarse. Un sector industrial con multinacionales argentinas, además, implica contar con empresas que sean superavitarias en los derechos de propiedad intelectual y remisión de utilidades –como ocurre en los países centrales–. Vale recordar que el sector industria sigue concentrando casi el 80% de los gastos globales en investigación y desarrollo.

La industrialización no es un capricho de un Gobierno ni fruto del azar. El desarrollo de la industria requiere de una activa interacción entre los distintos actores de la sociedad. La política industrial y tecnológica es un eje central para potenciar la innovación en el sector privado. Ejemplos sobran, desde países pequeños como Noruega y su desarrollo industrial a partir del sector petrolero; hasta recientemente desarrollos como el GPS, las pantallas táctiles, Internet, y los buscadores de Internet que no habrían existido de no ser por el desarrollo inicial que se llevó adelante desde el gobierno de EE.UU. para promover tecnologías de vanguardia.

En un mundo cuya disputa más clara es por la agregación de valor, la mejor estrategia es la de avanzar hacia un modelo industrial basado en la innovación y en una inserción inteligente en las cadenas globales de valor.

El camino es con más y mejor crédito, con líneas directas para el sector productivo, con una reforma tributaria para que la estructura impositiva incentive el desarrollo regional y de las pymes, y una política industrial con énfasis en el desarrollo tecnológico. Y por supuesto, profundizando los programas de compre nacional para desarrollar la producción local y proveedores nacionales, como se implementan en EE.UU., Corea del Sur, Alemania, India e Israel.

El debate que hoy nos debemos como sociedad está vinculado a cómo acelerar los tiempos de la industrialización en sentido amplio (campo+energía+industria+ servicios). Desindustrializarnos, por el contrario, es atentar contra nuestro futuro: algo que ya quedó demostrado en nuestra historia.

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